¿Los alimentos  tienen los mismos efectos en todas las personas?

Nuestra microbiota es un factor a tener en cuenta en ésta afirmación: según un estudio reciente, las bacterias intestinales ejercen una influencia sobre los efectos beneficiosos de la granada.

Cada persona tiene un ecosistema exclusivo en nuestro intestino: hablamos de los millones de bacterias que habitan en él. Éstas bacterias son capaces de enfermarnos física y psíquicamente, pero además también son determinantes para decidir los beneficios que nos aportan los alimentos. Recientemente, la revista Molecular Nutrition & Food Research ha publicado un estudio realizado por investigadores del Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura (CEBAS-CSIC), en el que se demuestra la relevancia de las bacterias intestinales a la hora de transformar los polifenoles antioxidantes de la granada, que ayudan a prevenir el riesgo cardiovascular. En relación a esto hace ya tiempo que venimos hablando de cómo la microbiota interviene en el cerebro y viceversa: la psicodisbiosis (Psychodysbiosis)

Juan Carlos Espín es el investigador principal del citado estudio y, textualmente, dice que “nos planteamos evaluar si el efecto del consumo de la granada en los lípidos sanguíneos de personas obesas podría ser diferente según su microbiota intestinal”. El equipo de Juan Carlos ha sido pionero en averiguar que  en la granada, las fresas o las nueces, se encuentran ciertos polifenoles antioxidantes: los elagitaninos, y nuestras bacterias intestinales los transforman en moléculas más simples: las urolitinas, consideradas antiinflamatorios naturales que ayudan en la prevención de enfermedades gastrointestinales, cardiovasculares y algún que otro tipo de cáncer.  Además se han dado cuenta de que ésta situación no se produce de la misma manera en todas las personas, dividiendo a la población en tres grupos o metabotipos: el tipo de urolitinas que produce cada persona depende de sus bacterias intestinales.

En el ensayo clínico que se realizó participaron cincuenta voluntarios sanos, pero con obesidad, con una edad media de cuarenta y seis años. En fases diferentes del estudio, todos  consumieron dos dosis de extracto de granada y placebo. Cada tratamiento tuvo una duración de tres semanas, prolongando el ensayo a seis meses. El efecto  se evaluó en veinticuatro marcadores de riesgo cardiovascular,  incluyendo  un total de veinte tipos de lípidos sanguíneos y sus formas oxidadas. Los participantes fueron agrupados según su metabotipo, identificado a través de muestras de orina.

En un principio, se destacó un primer resultado: los voluntarios del “metabotipo B” (el 32% de ellos) presentaban unos valores de colesterol total (235 mg/dl, bastante por encima al máximo aceptable de 200 mg/dl), de colesterol “malo” y de su forma oxidada (LDLox), muy superiores a la media del resto de los participantes. Se dedujo así que las personas obesas con metabotipo B, aunque estuviesen más sanas , tenían un mayor riesgo cardiovascular que los voluntarios con metabotipo A o 0.  Los resultados de éste ensayo confirmaron que sólo los voluntarios con metabotipo B experimentaban una mejoría destacable de su salud cardiovascular al consumir el extracto de granada: la granada no tuvo el mismo efecto en todos los individuos y esto  dependió de la microbiota de cada uno de ellos.

Los autores del estudio explican “que una persona pertenezca a éste metabotipo B quizá puede interpretarse como un semáforo que alerta de un posible desequilibrio en la microbiota intestinal, llamado disbiosis, y esto puede relacionarse con la obesidad y las enfermedades cardiometabólicas”. Los investigadores creen que es posible la existencia de bacterias relacionadas con un riesgo cardiovascular, que no están presentes (o si lo están, es en menor cantidad) en los otros metabotipos, y que disminuyen al consumir granada.

Los investigadores concluyen que “al igual que existe la ‘medicina personalizada’, caminamos hacia la ‘nutrición personalizada’, donde los alimentos y las dietas van dirigidos a obtener el beneficio máximo y específico para cada persona”.

 

FUENTE: CEBAS-CSIC

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